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El presupuesto de egresos para cubrir el gasto público no deriva de la voluntad del Estado sino que establece en sus renglones la razón de la existencia de ese Estado. Este debe subsumir su representación en las autoridades al cumplimiento de los más altos objetivos nacionales, es así una forma de distribuir el ingreso que obtiene el Estado, entre otras cosas –mas muy principalmente–, para reducir la desigualdad injusta, la que tiene a una parte de la población en cualquier tipo de pobreza y a otros –muy pocos– en una larga y continua vida de opulencia; es, en este sentido, la más clara expresión de su política económica. Claro que el presupuesto del gasto público es posible afrontarlo solo con los ingresos provenientes de las cargas fiscales como impuestos y derechos que pagan los ciudadanos, aunque transitoriamente se financie tal gasto con empréstitos. Los que vivimos hoy o los que vivirán mañana, a través de las contribuciones pagaremos los préstamos y los servicios de esas deudas. No se trata, sin embargo, de que los ingresos tributarios simplemente se repartan entre los mexicanos por partes iguales, o se entreguen a los más pobres o se invente una fórmula muy inteligente que distribuya el ingreso y se convierta en gasto al entregarse a los bolsillos de la gente pobre, a la ‘Chucho el Roto’ (quitar a los ricos para entregárselos a los pobres) o cualquier otra moda de limosna, pues es la más pobre política económica de un Estado ineficiente, llámese a la limosna ‘Sin Hambre’ proveniente del Estado o ‘Teletón’ o ‘Dona’ de organizaciones privadas.1 Es mucho más complejo que eso. El gasto público impulsa actividades productivas, complementa los recursos provenientes del ahorro de la población. Con este gasto también se mantiene la estabilidad macroeconómica que a veces nos parece que es a lo único que se destina con tal de brillar con oropel la imagen de México ante los organismos internacionales, Fondo Monetario Internacional (FMI), Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el Banco Mundial (BM) o para que el presidente del país o su secretario de Hacienda sean fotografiados en la portada de la Revista Forbes, mientras que las verdaderas prioridades nacionales quedan relegadas en alguna medida, tales como: la educación, la salud, la seguridad pública, la infraestructura física, la producción agrícola, es decir, todo lo que en el fondo ataca la pobreza y reduce la desigualdad. Nuestra vocación capitalista nos produce una ceguera en aras de una fundamentalista economía de mercado, dejando que las fuerzas de cada grupo económico combatan entre sí y se destruyan, pero, en realidad, para que en esa batalla siempre caigan los mismos: los pobres y una gran parte de la clase media, y la desigualdad se mantiene en algunos sectores o se incrementa.

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